Setenta veces siete.


Lo primero que tengo que decir nada mas comenzar a escribir este post es que soy una persona totalmente atea, no creo en ningún tipo de dios ni en ninguna fuerza sobrenatural que nos maneje o que forme parte de nuestras vidas.
En quien si creo es en la figura de Jesús, ese tío de melenas que sale en la Biblia e iba acompañado por su pandilla de amigos a los que llamaba discípulos. Tenía pinta de ser un tipo enrollado, majo y bonachón. Vagaba por el mundo apuntándose a todas las fiestas y dando conferencias. Estoy seguro de que si Jesús viviera en el S.XXI sería un bloguero o tendría un canal en youtube. Tenía labia y el don de la palabra, sabía conectar con la gente y se le veía un tío campechano (como nuestro Rey, pero en lugar de cazar elefantes convertía el agua en vino y multiplicaba los panes)
Cuando hablaba, procuraba que sus palabras facilitaran la vida a la gente. No hablaba de culpa, sino de perdón. No hablaba de castigo, sino de oportunidad. Soltaba siempre los discursos en clave positiva, transmitía paz y buen rollo.
Si en algo creía Jesús por encima de todas las cosas es en el perdón, y por ese motivo muchas veces era tildado de loco.


En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús, le preguntó: Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces lo tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces? Jesús le contesta: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

Pocos en aquella época y pocos ahora piensan que una persona se merece nuestro perdón incondicionalmente y bajo cualquier circunstancia. Nos olvidamos de que el perdón al único al que beneficia es al que lo emite y no al que lo recibe. Una de las cosas que mas me pudren por dentro es el rencor y el odio.
Luchamos y vivimos para ser felices y sentirnos especiales, pero eso no es algo que ya se nazca sabiendo. Nadie nos enseña como ser feliz y lo que tenemos que hacer para creernos únicos. Requiere un aprendizaje  que dura toda la vida y todo aprendizaje lleva consigo cometer errores una y otra vez, sino vaya mierda de aprendices estaríamos hechos.
En este proceso de aprendizaje, nuestros errores perjudicarán a terceras personas, muchas veces seres queridos pero siempre de manera involuntaria. Lo mismo pasa al revés, muchas veces nos veremos perjudicados por el proceso de aprendizaje de otros, ¿como podemos guardar rencor y no perdonar a alguien cuyo único error es estar aprendiendo?
Perdonad, perdonad cualquier cosa. Perdonad incluso al que no desea ser perdonado, el perdón es la ofensa de los buenos. No busquéis alternativas al perdón. Solo así aliviaréis vuestro espíritu y os sentiréis libres. Si el dolor es demasiado grande, sigue perdonando. El odio no es más que el veneno de nuestros corazones y el perdón su única y verdadera cura.

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